He aprendido a pronunciar la palabra que asusta a cualquiera, aquella que me prohibí hace tiempo incluso recordar. He aprendido que el amor puede no doler, y que si duele, tienes que escoger a la persona por la que vale la pena arriesgar.
Y sí, es cierto, he pasado los últimos días encerrada entre estas cuatro paredes, no negaré que he pensado más de una vez en ti; en ti y en todo lo que una vez me rodeó, he vuelto al pasado, ido hacia el futuro, y resulta que sigo sin saber cómo quedarme en el presente, pues bien, hace poco descubrí que se puede amar sin que el otro te haga daño, puedes amar toda la vida, o tan sólo una noche. Quién sabe, puede que la palabra correcta no sea amar, o que ésta sólo sea un estado temporal, de esos que se desvanecen cuando quieres contenerlo, de los que vienen y van. Incluso creo que amar puede ser solo una palabra, y que dependa del uso que cada uno le quiera dar.
En cualquier caso, amor para mí era el reflejo de tú sonrisa en mis ojos, que consiguieras que llorara de alegría, y amar... Amar era sincronizar nuestras respiraciones cuando en tu hueco yo dormía.
Y por eso y más, yo nunca fui yo, y siempre fui tú.
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