No me mires, no con esa cara, odio que me mires así, y aún me odio más a mí por sonreír. Tú, el que ya no es un niño, el que quiere ser mi último, ¿qué haces aquí?
Nadie había sido capaz de hacerme temblar en tan poco tiempo, pero tú... Te conozco desde hace un par de horas y creo que te quiero. Me encanta todo de ti: tus manos; tu hermosa sonrisa; y esos ojos, los que no son de este mundo, los que me recuerdan al agua cristalina de algún mar de por ahí.
Deja de acariciarme, no me cuentes más sobre ti, no me digas que soy preciosa, deja de hacerme feliz. Siempre había oído lo de que la felicidad no es un estado, sino que aparece de la nada, y de repente se va. Creo que he sido la persona más feliz de esta ciudad, 48 horas de no dejar de querer gritar al mundo entero que he conocido a alguien especial, y que se me escapa de las manos sin que yo lo pueda evitar.
Estoy bien, olvídate de mí. No pronuncies otra vez un nosotros, no hagamos planes más allá de esta noche, no me hables de esa conexión ni de la casa en la que podríamos vivir, no me digas que nos volveremos a ver, deja de repetir tal vez.
No puedo permitirme esto, no soy capaz de recibir tanto para luego dejarlo ir, no es justo, no lo es para mí. Juego con fuego y me quemo, pero no duele, ahora no, mañana sí. Cuando estés lejos, cuando no hablemos y yo siga recordándote, cuando sea sólo un número para ti, tú, el 15, ¿que será de mí?
Dilo de una vez, suéltalo, con ese acento tan británico, di 'adiós', seguido de un 'te quiero' y un 'maybe, who knows'.
Pero yo lo sé, lo he sabido desde el primer momento, ojalá jamás hubieses sonreído.